Peter quiere cereales, pero sólo hay pan de ayer, duro
pan de ayer para hacer tostadas. Peter quiere mermelada para untar en
las tostadas, pero no queda, únicamente una pequeña cucharada de
mantequilla para los cinco miembros de la familia. Peter quiere tomar
zumo de naranjas recién exprimidas, su madre le comenta que sólo
queda amargo café. Peter quiere unas Jordan en sus pies, como los
niños de su clase, su madre le dice que en Cáritas no hay esa clase
de zapatos. Peter no quiere compartir cama con su hermano menor, pero
no hay más habitaciones, ni camas libres. Peter quiere ir al colegio
en bus con sus compañeros y no tener que caminar un kilómetro y
medio todos los días,  pero en casa no hay dinero para pagar el
transporte escolar, ni para un coche, ni para una vieja y oxidada
bicicleta. Peter quiere ir a la peluquería y no tener que raparse la
cabeza en casa, su hermana siempre le deja trasquilones. Peter quiere
a Mel, una chica de su clase, pero a Mel Peter le repugna, dice que
huele mal y viste con ropa andrajosa, le llaman el niño vagabundo.
Peter quiere dejar de ser pobre, a esa cuestión su madre no le puede
responder nada...
Peter
llora cada tarde cuando regresa a casa, su madre siempre le arropa y
le canta canciones, canciones de un futuro mejor. Su hermana mayor
juega con él para levantarle el ánimo. Su hermano pequeño, le besa
una y otra vez, y le llama “héroe”.
Su padre le sube en sus hombros y galopa como un caballo, entonces
Peter ríe a grandes carcajadas. El sonido de la risa de Peter es
maravillosa, resuena en un si
bemol
perfecto. Los vecinos escuchan todos los días, a la misma hora, esas
risas y piensan “¡Oh!¡Qué
familia tan feliz!”.
Sin embargo, la noche llega, irremediablemente siempre
llega y trae consigo el silencio. Hay que estar preparado para
soportar el silencio, innumerables personas han muerto tras volverse
lunáticos en las largas y silenciosas noches. El silencio te hace
pensar, hurgar en el baúl prohibido, no te deja distraerte. Mientras
estás rodeado de la muchedumbre no alcanzas a poner en orden tus
ideas, sin embargo, con el silencio, es imposible no hacerlo y
revolcarte en tu oscura intimidad.
El hermano pequeño de Peter, Julian, aguanta
perfectamente las noches y el silencio, pues aun no es consciente de
la realidad. Julian sueña despierto, no necesita dormir para
hacerlo. Cuando no comprendes las consecuencias de la pobreza puedes
divertirte con ella con suma facilidad, eso es lo que hace Julian día
y noche, con atronadores ruidos o en el inmutable silencio, moldea el
concepto de pobreza hasta convertirlo en ridículo e inofensivo. 
Las noches para Peter son la antesala de las pesadillas,
incluso a veces peores que las propias pesadillas. Suele agarrarse
fuerte al edredón con una mano y con la otra coge a Julian, que
duerme con él, de la mano. Peter tirita de miedo en ese profundo
silencio, por lo mal que lo pasa durante el día, sólo le queda la
esperanza de rezar para que mañana sea mejor, pero Dios tiene
demasiado trabajo...
Sam, la hermana mayor de Peter, duerme en la misma
habitación que sus hermanos, pero en otra cama. Los hermanos de Sam
están cerca suya, pero la noche los aleja a millares de kilómetros.
El silencio oprime a Sam, la encarcela entre cuatro paredes de duro
ladrillo, únicamente dejándola una salida, trepar por las paredes,
pues no hay techo. Las paredes miden diez metros de altura, por cada
metro la esperanza de salir de aquella prisión se hace más pequeña.
El haber una salida y la esperanza de poder escapar, pero siendo
consciente de su imposibilidad, es una tremenda crueldad, es morir
asfixiado lentamente. Los tristes pensamientos de Sam retumban cada
día en aquellas gruesas paredes, esperando poder salir de esa cárcel
de ladrillo o simplemente esperando que se apague el último rayo de
esperanza. Sam odia las noches y sus silencios, pues le hacen revivir
el día, obviado por el ruido diurno, que evita la tormentosa
consciencia. 
Los padres de Peter apenas duermen por las noches.
Cuando cierran la puerta de su habitación se quitan la máscara que
portan durante el día. Tras esa careta aparecen caras que asustarían
a Caín, caras erosionadas por el derrame continuado de las lágrimas
nocturnas. Sus ojos apagados, por las penas que sufren pensando en lo
desgraciados que son, en su poca fortuna, en el futuro de sus hijos.
Ellos se mienten con la idea de que con el amor basta para ser feliz.
Los padres de Peter se abrazan fuerte, sin el valor de mirarse a los
ojos y verse reflejados a ellos mismos. Duermen muy poco, lo justo
para recuperar las fuerzas que menguan a cada minuto, fuerzas
necesarias para soportar otro terrible día y la posterior muerte del
día...la noche.
El sol aparece con sus rayos invasores y desagradables,
atraviesan los cristales y despiertan sin piedad a Peter y su
familia. Todos abren los ojos a la vez, excepto Julian que continúa
saboreando los dulces sueños de la inopia. El resto de miembros de
la familia se quedan tumbados unos minutos, en sus respectivas camas.
Apenas respiran, no hablan, se mantienen rígidos, evitando acariciar
el aire, intentando alargar el momento de levantarse y disfrutar de
un nuevo, aunque siempre el mismo, horrible día.
Bajan a desayunar con sus sonrisas del infierno, menos
Julian que sonríe con auténtica felicidad. El esfuerzo de combatir
la dureza de sus vidas es una carga pesada en demasía, no obstante,
la apariencia de Peter y su familia es de alegría desbordante,
forman una bonita postal, cinco risueños católicos en una mañana
soleada.
Cuando Julian comprenda  la situación de su familia y
esa sonrisa permanente comience a cansarse y a formar una desfigurada
cara triste, entonces Julian empezará a temer las noches y sus
silencios. Pronto llegará este momento, la familia de Peter, y él
mismo, no soportarán que otro miembro profundice en las telarañas
del apocalipsis mental.  
Una familia que sólo puede esperar un milagro, un
enorme golpe de suerte que cambie la situación, esa familia está
abocada a consumirse lenta y dolorosamente. Mas, siempre queda la
opción de vender el alma al diablo, a cambio de una felicidad
pasajera. Los padres de Peter los pensaban todas las noches, mientras
acariciaban con dulzura sus crucifijos y rezaban para no caer en la
tentación.
George, el padre de Peter, tras besar la frente de sus
tres hijos y practicar sexo con su mujer, por última vez, fue un
coito entre lágrimas y furia, donde las blasfemias apunto estuvieron
de romper los ventanales y donde George descargó todo lo que le
quedaba, quedó vacío encima de Clare, su mujer. 
George se despidió de su catolicismo y pactó con el
diablo la felicidad de su familia. Claro está que no habría un
beneficio sin un perjuicio. La parte negativa del trato decidió
asumirla unilateralmente George, mientras Peter, Julian, Sam y Clare
vivieran felices el resto de sus vidas. George tuvo que cargar con la
tristeza de toda su familia. Toda esa tristeza, ira, oscuridad se
concentró en su cuerpo, bloqueaba mente y cuerpo, impedía obedecer
sus deseos. Se convirtió en un muerto viviente, sin lágrimas, sin
expresión alguna, se limitaba a sentarse en una silla de cara a la
pared, sin hablar, sin comer.
Al cabo de una semana George había envejecido veinte
años, vagaba a duras penas por la casa, sin mirarse al espejo, mejor
que no lo hiciese, no reconocería ese raquítico cuerpo. A las dos
semanas George era un anciano que no controlaba sus esfínteres, al
que le costaba recordar a su familia, creía vivir, si a eso se le
podía llamar vivir, entre desconocidos. Había olvidado el motivo de
su enorme sacrificio, ¿de qué había servido pues todo aquel
sufrimiento?. Antes de cumplirse la tercera semana, George murió con
los ojos abiertos, en el silencio de la noche, tras aquellos ojos
vacíos, sin ningún tipo de expresión, mirando hacia ninguna parte,
podía dilucidarse escondido, al fondo de aquellos ojos sin vida, un
pequeño George ardiendo en llamas, no dejando de sufrir ni después
de muerto...
Tras la muerte de George, la familia de Peter, y él
mismo, fueron felices, les tocó la lotería y todos sus problemas se
esfumaron hasta que murieron. Rápido fue el funeral de George y más
rápido su olvido. Sin embargo, tras el día llegaba la noche con su
inseparable silencio. Seguían siendo felices, pero nadie es dueño
del silencio, ni siquiera el diablo, y los remordimientos flotan en
el silencio como las gaviotas el mar, con preguntas sobre la
moralidad ¿se puede ser feliz a costa de la tristeza mortal de un
padre/marido?. Estos pensamientos duraban poco tiempo, pues el día
precede la noche y el río vuelve a su cauce, sin silencio, sin
martirio, sin memoria...
Por discípulo de Maestro Sho-Hai...