sábado, 24 de marzo de 2012

Noctámbulo.


Otra noche más en la vida de Henry. Altas expectativas al comienzo, resultados nulos al final. Desnudo en la cama se lamenta de la vida.

Era el día de San Patricio, la noche del alcohol por antonomasia. Henry estaba solo en el bar, y comenzó a beber. Una cerveza tras otra. El lúpulo de cebada bajaba por su garganta mientras saboreaba el aroma de la victoria. A estas alturas de la noche todavía pensaba que la vida le sonreiría. Pasaron las horas y Henry seguía bebiendo. Cerveza y cerveza y cerveza. Ya no sentía dolor al morderse el labio. Sabía que debía parar. La cacería requerría los cinco sentidos.

Después de tanto alcohol, fue a otro bar a por mujeres. Pero la vergüenza podía con él. Temía el ridículo, de una forma tan grave que sentía como todos los ojos sin vida del bar se posaban en sus movimientos. Se sentía feo y torpe. No era capaz de entablar una conversación ni siquiera con la camarera a la que le pedía otra botella de cerveza. Así que recurriría al método perruno. Ese de arrimarse como si fuese un perro y la chica una farola. Acercarse a ver que pasaba. Nada.

De repente, todo cambió en la mente de Henry. Se dio cuenta de que todas las mujeres buscaban un prototipo nocturno. Notó por vez primera que la noche y el ligar forman parte de una costumbre impuesta por el rebaño de la masa social. Que todos tenían idénticos patrones, mismas respuestas.

Y se dio cuenta de que él no quería ser una oveja más. Ni las prostitutas callejeras de esa noche le contentaban. Había descubierto una verdad universal, o al menos una verdad cultural, y sólo le hizo falta que todas las mujeres le rechazasen y un largo paseo de vuelta a casa mientras la cabeza le daba vueltas.

Tumbado en la cama, sigue lamentándose de la vida. Pero sabe que ésta pasa. Y que cada individuo debe aferrarse a su pedazo de libertad.

Por Henry Borowski...

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