jueves, 8 de marzo de 2012

Tardes de paseo


Allá por enero algo rompió la monotonía de la aburrida vida del bueno de Kovalski. Una nueva mascota. Era un perro el cual respondía al nombre de Pavlov. Blanco con motas en el pelaje color canela. Embelesaba a todos con el simple agitar de su larga cola y les conquistaba con sus pequeños ojos y grandes orejas.

Se había transformado en costumbre que los dos dieran largos paseos por la playa. La rutina consistía en ir primero a la urbanización de los ricos. Chalets y coches ostentosos en primera línea de playa. Como disfrutaba Kovalski cuando Pavlov defecaba en esas impolutas aceras. Pero acto seguido recogía los excrementos porque desde pequeño soñaba con comprarse el chalet que daba justo encima del acantilado, y en el fondo, sabía que ese deseo se iba a hacer realidad. Después de observar a las gentes que vivían en sus lujosas casas, bajaban hasta la playa. Allí correteaban entre la arena y las rocas. Jugueteaban con el agua y las pelotas de algas que se formaban al ser estas arrastradas por la marea. Sin duda era una de las pocas cosas que tenía de atractivo su ciudad. Fuera cual fuese el mes del año en el que te encontraras, hacía un día esplendido para ir a pasear a la playa. Raro era el día que el sol no cubría todo el cielo bañado por esas maravillosas aguas cristalinas. Miras al horizonte y solo ves mar, paz. Si sigues el recorrido del sol te encuentras con calas desiertas que invitan a leerte un buen libro y, porque no, a pegarte un revolcón con alguna que se deje. A tus oídos sólo llega el estruendo de las olas rompiendo contra las rocas y el viento golpeándolo todo. El lugar idóneo para Kovalski para escapar de todas sus inseguridades. En aquel lugar, con aquella compañía, era donde encontraba más paz, más tranquilidad y sosiego, más liberación, más belleza. Allí podía sentirse de nuevo como un niño con el simple caminar por la orilla lanzando bolas a Pavlov,  desahogándose con una carrera por las algas, o introduciendo los pies en el agua.

Cada tarde se le dibujaba una sonrisa desnuda en la cara a Kovalski que le hacía escapar y burlarse de su aburrida vida. Sabía que dentro de no mucho, iba a ser una de las pocas cosas que echaría de menos. 

Por Stankowski.

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