Allá por enero algo rompió la monotonía de la
aburrida vida del bueno de Kovalski. Una nueva mascota. Era un perro el cual
respondía al nombre de Pavlov. Blanco con motas en el pelaje color canela. Embelesaba
a todos con el simple agitar de su larga cola y les conquistaba con sus
pequeños ojos y grandes orejas.
Se había transformado en costumbre que los dos dieran
largos paseos por la playa. La rutina consistía en ir primero a la urbanización
de los ricos. Chalets y coches ostentosos en primera línea de playa. Como disfrutaba
Kovalski cuando Pavlov defecaba en esas impolutas aceras. Pero acto seguido
recogía los excrementos porque desde pequeño soñaba con comprarse el chalet que
daba justo encima del acantilado, y en el fondo, sabía que ese deseo se iba a
hacer realidad. Después de observar a las gentes que vivían en sus lujosas
casas, bajaban hasta la playa. Allí correteaban entre la arena y las rocas. Jugueteaban
con el agua y las pelotas de algas que se formaban al ser estas arrastradas por
la marea. Sin duda era una de las pocas cosas que tenía de atractivo su ciudad.
Fuera cual fuese el mes del año en el que te encontraras, hacía un día esplendido
para ir a pasear a la playa. Raro era el día que el sol no cubría todo el cielo
bañado por esas maravillosas aguas cristalinas. Miras al horizonte y solo ves
mar, paz. Si sigues el recorrido del sol te encuentras con calas desiertas que
invitan a leerte un buen libro y, porque no, a pegarte un revolcón con alguna
que se deje. A tus oídos sólo llega el estruendo de las olas rompiendo contra
las rocas y el viento golpeándolo todo. El lugar idóneo para Kovalski para
escapar de todas sus inseguridades. En aquel lugar, con aquella compañía, era
donde encontraba más paz, más tranquilidad y sosiego, más liberación, más
belleza. Allí podía sentirse de nuevo como un niño con el simple caminar por la
orilla lanzando bolas a Pavlov,  desahogándose
con una carrera por las algas, o introduciendo los pies en el agua. 
Cada tarde se le dibujaba una sonrisa desnuda en la
cara a Kovalski que le hacía escapar y burlarse de su aburrida vida. Sabía que
dentro de no mucho, iba a ser una de las pocas cosas que echaría de menos. 
Por Stankowski.
 
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