A veces hay días en que preferiría haberme quedado
en la cama resguardado por las sábanas y no alzarme de ella hasta que el sueño
de la noche me envuelva de nuevo y amanezca ya en una nueva jornada. 
La percepción del tiempo es distorsionada. Las manecillas
del reloj parecen no correr con su compas habitual. Las voces y los sonidos que
percibes parecen estar ralentizados. La cabeza yace vacía sobre los pesados
hombros, y la mente parece volar hacia cualquier sitio menos el presente. No existe
el aquí y el ahora. 
Las opciones se amontonan en tu cabeza, se van
liando como una madeja de lana golpeada por un gato. Un precioso gato negro
azabache con los ojos amarillos, radiantes como el sol. Muerde la punta del
hilo y tira de ella. Me levanto del catre. Mi paso siguiente es ir al lavabo a
lavarme la cara con agua bien fría. Debí haber intentado evitar por todos los
medios mirarme a la cara, pues sólo obtengo sentimientos de repulsión. Aversión
hacia un rostro, hacia la persona portadora de aquellos ojos tristes y vacíos. Tan
vacíos como mi interior. Si los ojos son el espejo del alma, la mía está sin
lugar a dudas desierta. Es un campo yermo en el que ni la maleza encuentra un
lugar para crecer.
Una ducha fía tampoco ayuda. Ver en el espejo carne lánguida,
inerte. Con este cóctel las ganas de vomitar van en aumento. 
Me cuesta respirar. Me cuesta aceptarme a mí mismo. Como
persona, como ser. La desidia me envuelve. Toma el control, se apodera de todo
menos de mi mente. Ojalá se apoderase sólo de ella. No puedo dejar la maldita
quijotera en blanco. 
Los fantasmas de un pasado mejor se aparecen. Los vislumbro
de forma poco nítida, borrosos, a excepción de algunos detalles. Esos preciosos
ojos entre verde y miel, esa sonrisa que incluso un día pude probar a modo de
pastel. Se abren mis orificios nasales y por ellos penetra una ligera brisa que
porta un olor. Su olor. Esto hace que me transporte directamente a su piel. La recuerdo
tostada por el sol. La piel tersa y brillante de sus piernas hace que no pueda
apartar la mirada de ellas. Ya no veo las pequeñas heridas infringidas en ellas
por una estúpida manía que antes me desquiciaba, pero que ahora, incluso echo
de menos discutir por ella. ¿Realmente estoy despierto o sigo dormido y esto no
es más que un sueño? No se debe llamar pesadilla porque ciertamente no lo es
pero causa incluso más dolor.
Salgo de la ducha y el espejo está totalmente
empañado. No distingo mi cara. Ni falta que hace. Con un gesto del brazo en
forma de abanico retiro el vapor del cristal. Parece que también se han
desempañado mis ideas puesto que ahora en mis ojos percibo algo. De ellos emana
un pequeño destello que arroja algo de luz. Los miro directamente a través del
espejo y comprendo que no puedo cargar más con tan pesado lastre. El ancla de las
personas que no me aman y las que un día lo hicieron pero ya no. La otra opción
es aceptar que la sigo amando a pesar de que ella no.
Al instante comprendo que estoy despierto. De pie
junto al espejo advierto que no estoy tan vacío. Dibujo una sonrisa en el
espejo encima de mi boca y la imito.
Por Stankowski.
 
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