domingo, 11 de marzo de 2012

Vaho en el espejo


A veces hay días en que preferiría haberme quedado en la cama resguardado por las sábanas y no alzarme de ella hasta que el sueño de la noche me envuelva de nuevo y amanezca ya en una nueva jornada.

La percepción del tiempo es distorsionada. Las manecillas del reloj parecen no correr con su compas habitual. Las voces y los sonidos que percibes parecen estar ralentizados. La cabeza yace vacía sobre los pesados hombros, y la mente parece volar hacia cualquier sitio menos el presente. No existe el aquí y el ahora.

Las opciones se amontonan en tu cabeza, se van liando como una madeja de lana golpeada por un gato. Un precioso gato negro azabache con los ojos amarillos, radiantes como el sol. Muerde la punta del hilo y tira de ella. Me levanto del catre. Mi paso siguiente es ir al lavabo a lavarme la cara con agua bien fría. Debí haber intentado evitar por todos los medios mirarme a la cara, pues sólo obtengo sentimientos de repulsión. Aversión hacia un rostro, hacia la persona portadora de aquellos ojos tristes y vacíos. Tan vacíos como mi interior. Si los ojos son el espejo del alma, la mía está sin lugar a dudas desierta. Es un campo yermo en el que ni la maleza encuentra un lugar para crecer.

Una ducha fía tampoco ayuda. Ver en el espejo carne lánguida, inerte. Con este cóctel las ganas de vomitar van en aumento.

Me cuesta respirar. Me cuesta aceptarme a mí mismo. Como persona, como ser. La desidia me envuelve. Toma el control, se apodera de todo menos de mi mente. Ojalá se apoderase sólo de ella. No puedo dejar la maldita quijotera en blanco.

Los fantasmas de un pasado mejor se aparecen. Los vislumbro de forma poco nítida, borrosos, a excepción de algunos detalles. Esos preciosos ojos entre verde y miel, esa sonrisa que incluso un día pude probar a modo de pastel. Se abren mis orificios nasales y por ellos penetra una ligera brisa que porta un olor. Su olor. Esto hace que me transporte directamente a su piel. La recuerdo tostada por el sol. La piel tersa y brillante de sus piernas hace que no pueda apartar la mirada de ellas. Ya no veo las pequeñas heridas infringidas en ellas por una estúpida manía que antes me desquiciaba, pero que ahora, incluso echo de menos discutir por ella. ¿Realmente estoy despierto o sigo dormido y esto no es más que un sueño? No se debe llamar pesadilla porque ciertamente no lo es pero causa incluso más dolor.

Salgo de la ducha y el espejo está totalmente empañado. No distingo mi cara. Ni falta que hace. Con un gesto del brazo en forma de abanico retiro el vapor del cristal. Parece que también se han desempañado mis ideas puesto que ahora en mis ojos percibo algo. De ellos emana un pequeño destello que arroja algo de luz. Los miro directamente a través del espejo y comprendo que no puedo cargar más con tan pesado lastre. El ancla de las personas que no me aman y las que un día lo hicieron pero ya no. La otra opción es aceptar que la sigo amando a pesar de que ella no.

Al instante comprendo que estoy despierto. De pie junto al espejo advierto que no estoy tan vacío. Dibujo una sonrisa en el espejo encima de mi boca y la imito.

Por Stankowski.

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