lunes, 20 de febrero de 2012

J.Brooklyn

J. Brooklyn era un joven de 25 años nacido en Miami, cuyo padre era un ex convicto puertorriqueño, había sido encarcelado por ser un camello de poca monta, su madre era una neoyorquina increíblemente bella, las revistas y los diseñadores más prestigiosos se peleaban por ella, pero tenía las ideas muy claras, y ese mundo no le atraía para nada, así que se dedicó a lo que realmente le gustaba, el dibujo, era realmente extraordinaria.
Una noche de Noviembre, J. Brooklyn tenía 13 años, dos matones tiraron la puerta de su casa con suma violencia, no se anduvieron con “chiquitas”, cogieron al padre de J. Brooklyn por la pechera y le dijeron “quiero mi dinero”, “no lo tengo” dijo el padre, los matones sin miramiento alguno apuntaron con una escopeta hacia la madre y le volaron la cabeza, aquella bonita melena negra azabache…ya no quedaba nada de ella, la sangre y restos cerebrales habían pasado al primer plano, una vez ya fallecida seguía desprendiendo aroma a elegancia y dulzura…los matones ni se inmutaron, continuaron “¡dónde coño está mi puto dinero!”, apuntaron a J. Brooklyn, él era el siguiente, lloraba desconsolado mirando atónito hacia el cuerpo de su madre, no se percataba que estaba siendo apuntado, estaba bloqueado, los matones repetían “puto puertorriqueño de mierda dame mi pasta o le reviento la cabeza a tu hijo”, el padre giro la cabeza mirando hacia su hijo, parecía que buscaba su complicidad y su despedida, miró de nuevo al matón que le tenía cogido por la pechera, también miró al otro matón que estaba al lado suyo, y en un movimiento rápido le dio una patada con todas sus fuerzas en los cojones al matón que le tenía agarrado, y antes de que el otro reaccionase le dijo a su hijo “¡corre Brooklyn, corre!”, J. Brooklyn corrió todo lo que pudo, mientras bajaba por las escaleras que le llevaban a la salida escuchó dos fuertes disparos, el silencio se había apoderado de aquella noche de Noviembre. Desde ese momento J. Brooklyn comenzó una andadura de juego, drogas, alcohol, mujeres u hombres, no buscaba amor, no le importaba otra cosa que obtener algo de placer para obviar algo de ese dolor que le corroía como el agua al hierro. 
La apatía solía invadirle desde la cima de su afro cabello hasta la punta de sus nueve uñas de los pies, había perdido un dedo al apostárselo jugando al póker contra Vincenzo (un mafioso italiano), al que también le faltaba un dedo del pie. Frecuentaba esa sensación de desesperanza, de no saber qué hacer, nada le motivaba, no tenía aficiones, no tenía amigos, desde la muerte de sus padres no había sentido ninguna muestra de amor, tampoco la había buscado ni requerido, es más, al menor indicio soltaba un brusco y grosero “no me toques ni te acerques a mí, ¿es que te doy pena? pues mándale dinero a los niñitos de África”. Pasaba las horas bebiendo cuando había ganado al blackjack  o al póker, si perdía buscaba meterse en alguna pelea, al menos aquellos puñetazos, en su mulata cara, al día siguiente le proporcionarían ese dolor de cabeza similar a la resaca, así que el final siempre era el mismo…ganase o perdiese.
Aquellos días que la apatía se tomaba libres, pocos eran,  J. Brooklyn aprovechaba para desfogar sus instintos más básicos, era un chico atractivo así que aseándose y arreglándose medianamente bien, había heredado el buen gusto vistiendo de su madre, obtenía lo que iba buscando…descargar, no le importaba si eran chicas bellas, horribles, universitarias, gordas, tísicas, viejas, inmigrantes o si eran hombres peludos, fornidos, cultos, pervertidos, etcétera, como los que mataron a sus padres, no se andaba con miramientos, quería satisfacción, correrse y nada más, no habían besos, no había cariño, no había preámbulos, no había el “cigarrito de después”, él terminaba lo que quería y sin preguntar nombre o teléfono se marchaba sin decir nada. Solía robar alguna botella de alcohol que encontrase por las casas donde mantenía las relaciones sexuales, de camino a la jaula de sentimientos que era su casa empinaba el codo a más no poder.
Otros días se levantaba con ganas de terminar con todo, quería suicidarse, finalizar una vida de dolor, pensaba en hacer honor a su triste vida suicidándose de las formas más atormentantes o angustiosas posibles. Pensaba tirarse al mar atado de pies y manos y anudado a sus tobillos un bloque de hormigón, pensó en pagar a uno de los hombres con los que había mantenido relaciones sexuales, y que trabajaba en una funeraria, para que le enterrase vivo, y muchas otras alternativas que tenía pensado.
El 11 de mayo, J. Booklyn tenía 28 años, era un día más, “queda un día menos” pensaba. Iba de camino a una taberna, el día anterior había ganado al blakjack, quería fundirse todo lo que había conseguido, empezó con un par de cervezas, se las bebió como agua, pasó a los gin tonic, se calentó bastante, pero él quería más, decidió beberse 5 chupitos de Jack Daniel’s, iba bastante torcido, en cualquier momento podía caerse al suelo, la silla en la que estaba sentado se tambaleaba considerablemente, y, como era de esperar, acabó cayendo al suelo, “¡vaya caída!” pensaba la gente de alrededor, se escuchaban carcajadas, allí estaba J. Brooklyn, en el suelo con una brecha en la barbilla, él no sentía dolor, estaba demasiado borracho, el camarero no paraba de decirle “¡inútil! vete de aquí que me espantas a la cliente, levanta ya ¡hostia!”…de repente una chica de unos 23 años, se acercó a él e intentó ayudarle, J. Brooklyn, en su tónica general, le dijo lo que siempre decía “no me toques ni te acerques a mí, ¿es que te doy pena?...”, no había acabado la frase cuando la joven chica, de preciosa cara, con rasgos orientales en los ojos, pero que claramente no era oriental oriental, le contestó mirando a J. Brooklyn a los ojos intensamente “sí, me das mucha pena” y se fue…J. Brooklyn se levantó a los 5 minutos de irse la chica, salió a la calle miró a ambos lados, algo había cambiado para él…
Desde ese día el mundo para J. Brooklyn había dado un vuelco de 360 grados, aquellos ojos, aquella mirada penetrante no se le podía quitar de la mente, aquella voz contundente y dulce a la vez, aquella preciosa cara…aquella misma noche no pudo dormir, la imagen de la chica era inmensamente mejor que sus asquerosos sueños…la respuesta de la chica hacía eco en su cabeza, nadie le había contestado hasta entonces, nadie había sido tan directo con él. Volvió a la taberna donde había ocurrido aquello pero no la conocían.
J. Brooklyn decidió plasmar los ojos que fotográficamente habían sido grabados en su cerebro sobre lienzos, nunca había dibujado y nunca le había gustado, pero sí le gustaban los cuadros de su madre y sí la había visto a ella hacerlos, parecía tener un don especial, parece ser que no solo heredó el saber vestir de su madre.
Hizo que se suicidarán las ideas de suicidio, despidió a la apatía, las ganas y la motivación empezaron a surgir, notaba sentimientos que hacía muchos años que no sentía, era extraño para él, no dejaba de dibujar, horas tras horas, no necesitaba el juego, no necesitaba la coca, no necesitaba su alcohol, solo un lienzo y un pincel. Tras poco tiempo no sólo dibujaba sobre aquella chica que le había cambiado y, posiblemente, salvado la vida, todas sus terribles y nauseabundas experiencias fueron expresadas en forma de arte, pero la imagen de la chica no abandonaba su cabeza, varios días visitó la taberna donde la conoció para ver si se encontraba con ella, pero nada.
J. Brooklyn tenía 30 años y estaba consiguiendo ganarse poco a poco el prestigio de algunos entendidos en arte, había expuesto alguno de sus cuadros en algunas galerías de no mucha relevancia. Aquél día estaba en una de esas galerías, le iba infinitamente mejor de cómo estaba antes, ¿estaba feliz? sí, pero no dejaba de reconcomerle la imagen de la chica. Sobre la mesa, donde se servía el ponche, vio un folleto de poesía, la cara de la portada era la misma que la que no se borraba de su mente, era ella…Giselle Hao Sullivan, así se llamaba aquella chica que tanto tiempo había estado sin nombre para J. Brooklyn, era una conocida escritora de novelas y poesía, había nacido en los Ángeles, su padre era filipino y su madre californiana. J. Brooklyn intentó informarse de la dirección donde vivía, apenas le costó obtener esa información, una vez se hizo con ella se marchó a su pequeño estudio y allí se encerró durante tres meses.
En ese tiempo dibujó una y otra vez, nada le convencía, el estudio se llenó de bocetos tirados por el suelo, pintura despilfarrada, pinceles desgastados, no conseguía plasmar su idea, sus sentimientos, pero al final consiguió crear una obra magistral, era una especie de cuadro cubista con tonos negros y grises, muy poco vivos, que mostraban un tremendo dolor, pero totalmente en contraste a éstos, unos colores vivos que configuran una hermosa cara, con sutiles rasgos orientales…el cuadro era un regalo para Giselle Hao Sullivan, en el dorso había una dedicación:
                       
Estaba herido,
no me importaba morir,
es más, quería morir,
tenía pensado cómo acabar con esta vida de dolor.

Desesperanza y apatía,
eran amigas mías,
alcohol, drogas, juego, mujeres y hombres,
eran mis quitapesares.

Cada día eran años para mí,
ya no sabía como proseguir,
grosero y borde con el mundo era,
sufrí innumerables puñaladas traperas.

11 de mayo,
tenía 28 años,
“Julien Tabern” nuestro lugar de encuentro,
aquél día…mi renacimiento. 

            Gracias por salvar mi vida, Jeremih Brooklyn Newell.  


Por discípulo del maestro Sho-Hai

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