viernes, 17 de febrero de 2012

Las manos de Sarah


El primer recuerdo de Sarah son unas manos. Unas manos frías y sudorosas acariciándole todo el cuerpo. Ella no sabe qué pasa, pero cuando esas manos tocan algunas partes de su cuerpo Sarah se estremece, y no sabe por qué, pero siente una mezcla de vergüenza y culpabilidad. Ese recuerdo se repite durante muchos años. A veces esas manos no le tocan, si no que le dan regalos. Un día un peluche, otro una muñeca. Cuando esto ocurre ella se siente todavía más culpable. No sabe lo que le pasa, y le da mucha vergüenza hablarlo con los demás. En la escuela no logra atender, ni es capaz de hacer amigos como el resto de sus compañeros. Poco a poco Sarah va creciendo, y esas manos continuan acariciándola. Más adelante una lengua pasa a formar parte también del juego de todas las noches. Ella no logra entender porque odia tanto ese momento del día. Pero despúes de eso, siempre llora hasta quedarse dormida.
Hasta que un día esas manos aparecen entrecruzadas. Están limpias, pero frías como un témpano. Esas manos no volverán a tocarla nunca más.

Ahora Sarah está en un bar. Se ha convertido en una mujer guapa, alta y esbelta. Tiene 27 años y fuma contínuamente. Trabaja en algo sin importancia, que le da para vivir. Y ya no recuerda esas manos con claridad. Pero, sin saber porqué, Sarah tiene miedo a dormir sola. Los monstruos de su infancia afloran cuando ella está a punto de dormirse. Es por eso que su subconsciente busca siempre un acompañante para las largas noches de soledad. Cuando tiene toda la cama para ella, es cerrar los ojos y llorar. Tiene miedo al silencio, a recordar lo que a fuerza de repetírse a sí misma nunca sucedió.

Sarah se da cuenta de que un hombre no deja de mirarla. Se la come con los ojos. A ella eso le gusta, le hace sentirse protegida. Ella le guiña un ojo y él se levanta y se acerca:
-¿Puedo invitarte a una copa?
-Claro- dice Sarah mientras sonríe.

Esta noche será otra buena noche. Durante unas horas habrá esquivado a los montruos que quieren hacerla daño. Aunque a la mañana siguiente, como todas esas mañanas, sienta vergüenza de sí misma, sabe que eso es mucho mejor que la soledad nocturna.

Han pasado miles de manos por su cuerpo, y asi seguirá hasta que no soporte más la culpa de haber sido una mala hija y decida acabar para siempre con su vida.

Pero ahora está viva, es de noche y se encuentra en su cama. Siente otras manos por su cuerpo, pero aunque no le gustan, tampoco las teme.   



Por Bukowski...transformándose en Henry Borowsky. Adquiriendo una nueva personalidad, un nuevo yo.

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